domingo, 15 de mayo de 2016




Sé que al otro lado hay niños que mueren
abrazados a una mina o a un pedazo de nada.
Pero hoy no puedo pensar en ellos,
solo en este cielo azul que me asalta
y trenza sobre mis hombros la mañana recién nacida,
y en la voz de mi madre recitando bajito,
entre las sábanas blancas y dulces de la noche,
aquellos versos de Rubén Darío.

Esto era un Rey...

Ni siquiera puedo pensar en su dolor pequeño,
al otro lado, en otro mundo, que dicen
que no es el nuestro.
En sus diminutos dedos cercenados por el hielo,
mientras la lluvia les lava la cara, fría.
Pero hoy no puedo pensar en ellos,
en sus refugios de agua y barro,
en sus ojos dormidos sobre los charcos
que el invierno deja sobre la tierra,
fría.




viernes, 15 de enero de 2016



Hablo del otoño que soy yo en la esquina de un libro,

inmóvil en mitad de una mesa,

desteñida en el fondo de un lago.

Hablo de las largas tardes saludando a las rosas,

y de sombras que flotan y se pierden

en el polvo seco de todos los días.

Deshago la piel y la voz de los dedos,

inevitablemente para no escribir con las manos,

para no morir huyendo mientras la noche,

ilumina el blanco de las horas y el tiempo,

reposa  en su propia muerte.

Vacío las maletas,

las despojo de sombras malheridas,

de ti, de mí, de impuros labios,

y vuelvo al centro de la mesa,

a ser otoño en la esquina de un libro.

lunes, 11 de enero de 2016


Solo unos pocos llegan al final con dignidad. 
Seguramente porque han vivido siempre en ella. 
Tremendo.
Bello.
Grande.






Creo en la luz que yace junto a la piedra.
Creo en la mano que llena de hojas el aire.
Creo en el hambriento que se nutre del agua.
Creo en el  silencio que se desliza en la palabra.

Y creo, sin lugar a dudas,
en aquellos que amanecen e iluminan.



sábado, 9 de enero de 2016

Está amaneciendo sobre el mundo.


Está amaneciendo sobre el mundo
y todo es aún como una sombra;
el cristal donde la tarde se mira,
el aire ambiguo, en llamas,
bajo la línea oscura de la noche.
Su pálido abandono sobre el tacto,
en las horas frescas que van lamiendo 
el zócalo de piedra, 
donde todo es penumbra,
óxido de sal esperando al día,
en el que despertemos
al penúltimo sueño de los bosques,
encaje de humo, quieto, indiferente,
del todo inalcanzable, hasta que la hoja, 
ya reseca, reclama su voz bajo las aguas.

Cierro los ojos y la luz recién nacida,
me regala un silencio, una memoria, 
una forma, una quietud de manos soleadas,
cruzando los puentes que van más allá 
de la tarde que muere hoy  lejana y sola.
Nada se mueve sin embargo,
ni los pies de los árboles más viejos,
ni los húmedos pájaros que anidan
en el centro del lago.
Vuelvo el rostro y al filo de la media vida,
la claridad me inunda. 
Deposito mis párpados sobre la tierra,
para mirar de frente al universo
y descubro aquellas diminutas estrellas
que un día encendió el poeta
para ahuyentar el miedo.
_Oigan, si encienden las estrellas,
es porque alguien las necesita_ dijo;
y después las llamó escupitinas, y respiro entonces
y aunque ya, sin el agua bendecida sobre mi nuca,
voy dejando en una esquina las vanas promesas,
el absurdo balbuceo de unos labios,
el sobresalto de ir a la deriva, sola y amarillo,
como un cometa durmiendo en su origen,
y despacio me acerco a la alegría y espero,
solo espero, a que sencillamente la noche se vaya.

jueves, 7 de enero de 2016

No quiero rosas mientras haya rosas.

No quiero rosas mientras haya rosas.
Las quiero cuando ya no las pueda haber.
¿Qué he de hacer con las rosas
que puede cualquier mano coger?


Fernando Pessoa.